Aunque la mayoría de los aceros inoxidables no suelen ser
ferromagnéticos, y por tanto si se aproxima un imán no se aprecia
atracción alguna, no siempre este procedimiento es representativo de una
garantía de resistencia a la corrosión, sobre todo si el acero se
encuentra en contacto con otros metales con potenciales REDOX
diferenciados (existencia de pares galvánicos), o en ambientes de
especial corrosividad, elevadas temperaturas (caso de resistencias
calefactoras), etc.
En resumen, la atracción magnética, pese a ser un indicio para evaluar
el grado de resistencia a la corrosión de los aceros más comunes, no es
un medio siempre infalible, ya que depende de la composición de las
aleaciones de base hierro.
Por ejemplo, el acero inoxidable 410, que tiene un alto grado de
resistencia a la corrosión, sin embargo es tan magnético como el acero
al carbono (hierro convencional). El acero inoxidable 300, tan conocido
por sus propiedades de resistencia a la corrosión y tan usado en
diversas aplicaciones domésticas, desarrollará una ligera atracción
magnética cuando está sometido a tratamientos en frío, abrillantamiento,
etc.
Haciendo referencia a los aceros más comúnmente empleados en la
industria, veamos la relación existente entre la resistencia a la
corrosión de un acero y su grado de atracción magnética:
El tipo 316 tiene una atracción magnética del 1% y una susceptibilidad a
la corrosión del 0,07%.
El tipo 304 tiene una atracción magnética del 3% y una susceptibilidad a
la corrosión del 0,2%.
El tipo 410 tiene una atracción magnética del 100% y una susceptibilidad
a la corrosión del 33%.
Finalmente, haciendo referencia al acero al carbono, más común, nos
encontramos que presenta una atracción magnética del 100% y una
susceptibilidad a la corrosión del 100%.
Como podemos apreciar, la atracción magnética no es un factor siempre
fiable para determinar si un acero es resistente a la corrosión o no.
Por lo tanto, lo más aconsejable es informarse de las especificaciones y
normas que cumple el acero y solicitar el certificado de producto para
tener la seguridad de que los materiales que se van a emplear se
corresponden con la calidad esperada para cada aplicación.
Para evaluar el comportamiento a la corrosión de los aceros se emplean
las cámaras de ensayos acelerados de laboratorio, en las cuales se
pueden recrear todas las condiciones ambientales posibles.
Dentro de las condiciones ambientales potencialmente corrosivas para los
aceros, podemos citar las siguientes:
Corrosión salina neutra:
La producida por el ambiente marino sin presencia de componentes ácidos,
(pH alrededor de 7).
Corrosión salina ácida:
La producida por ambientes activos en los cuales, además de la presencia
de sales diversas tales como el ClNa, SO4Cu, etc., pueden existir
concentraciones de ácidos, tales como el ácido acético procedente de las
siliconas empleadas en la carpintería metálica del aluminio, ácido úrico
en granjas, etc., por ejemplo.
Corrosión urbana:
La generada por la contaminación procedente de los combustibles de los
automóviles y las de las calefacciones en presencia de humedad.
Corrosión industrial:
La producida por la contaminación procedente de las emisiones de los
procesos industriales en presencia de humedad (niebla ácida).
Corrosión microbiológica:
Provocada por la contaminación de bacterias aerobias y anaerobias
existentes en aguas con altas concentraciones salinas, típicas de los
mares y océanos, lagos salados y fosas salinas. Las más significativas
son las denominadas ferrobacterias.
Corrosión galvánica:
Se produce cuando dos metales, cuyos potenciales de oxidación-reducción
son claramente diferenciados, se unen íntimamente en presencia de un
electrolito. En estas condiciones se genera una auténtica pila galvánica
en la cual el ánodo al oxidarse comienza a generar un flujo electrónico
con el consecuente desprendimiento progresivo de la superficie del
metal.
Corrosión bajo tensión:
Se produce como consecuencia de la combinación de dos efectos
simultáneos tales como un medio ambiente corrosivo, unido a una tensión
mecánica tal como la producida por los efectos continuados de tracción,
flexión y torsión, etc.
El deterioro superficial producido en tales condiciones aparece en forma
de microrroturas tales como agrietamientos progresivos (fatiga por
corrosión).
Corrosión Kesternich:
Es la misma que la corrosión industrial. Consiste en el ataque corrosivo
producido por el SO2 en presencia de humedad saturada a condensación,
bajo condiciones térmicas controladas.
Corrosión por inmersión alternativa:
Se produce cuando las superficies metálicas son periódicamente cubiertas
por el agua de mar, por ejemplo, a intervalos repetitivos provocados por
el oleaje, mareas, etc.
Corrosión climosalina:
También denominada de ciclos climáticos combinados con niebla salina. Es
el que representa más fielmente lo que sucede en la realidad con los
ciclos nocturnos y diurnos, donde por la noche sube la humedad baja el
punto de rocío (clima húmedo), al amanecer sube la temperatura y baja la
humedad (secado), y alternadamente se producen las deposiciones de la
niebla salina dispersada por el mar.
Corrosión inducida:
Es la que no está causada de manera directa por el agente primario que
interacciona con el metal en cuestión, sino por la influencia de los
subproductos derivados de dichos agentes primarios. Este tipo de
corrosión también se denomina corrosión influenciada. Es el caso de la
acción de los microorganismos biológicos, los cuales generan derivados
metabólicos que desprenden componentes ácidos, los cuales, influyen en
la cinética del proceso de corrosión.
Es decir, el método realmente fiable para determinar la resistencia a la
corrosión de los metales es la experimentación de laboratorio empleando
las cámaras de ensayos acelerados de corrosión conforme a normativas
internacionalmente trazables.
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