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Si tenemos en cuenta que la corrosión es un fenómeno por el cual los
metales se desintegran como consecuencia de reacciones químicas
electrolíticas, liberando partículas microscópicas de metales y sus
cationes, al medio en que se encuentran, no ha de extrañar la evidencia
de que dichas partículas metálicas se encuentren por doquier, tanto en
medios sólidos, como líquidos y gaseosos y sean absorbidas por los
animales y vegetales, pudiendo llegar al hombre, tanto por vía
respiratoria como alimentaria.
La niebla ácida, y la contaminación atmosférica (que pueden recorrer
miles de kilómetros), la elaboración de los alimentos y el envasado
metálico de los mismos, y el suministro de agua potable a través de
tuberías de plomo y cobre, son algunos ejemplos, a los cuales hay que
añadir la utilización de los utensilios de cocina.
Llegado a este punto nos vamos a referir a las sartenes, cazuelas,
cazos, etc., o incluso el polvo de aluminio que puede acompañar al papel
de envasar alimentos.
Por ejemplo, dado que el oxido de aluminio es de color blanco grisáceo y
por tanto muy poco escandaloso y de difícil visualización, su presencia
suele pasar desapercibida, pero dada su utilización a alta temperatura,
en presencia de sustancias diversas, se puede asegurar su incorporación
a la cadena alimentaria, de forma lenta pero constante.
El problema de la incorporación de los metales al organismo es la
bioacumulación por absorción metabólica no eliminable, lo cual hace que
se vaya depositando en determinados y diferenciados lugares del cuerpo,
con el consecuente riesgo de efectos adversos para la salud.
Si bien los metales pesados son los más peligrosos para la salud (Pb,
Cd, Cu, As, Cr, Hg....etc.) existen serios estudios clínicos que vienen
sospechando la influencia del aluminio en la depresión y en enfermedades
neurológicas tales como el Alzheimer.
Así, en un trabajo publicado por la revista Journal of Neurology,
Neurosurgery and Psychiatry, relativo a una investigación realizada por
un equipo de neurólogos del Reino Unido sobre un grupo de 20.000
personas probablemente afectadas por una contaminación de aluminio en el
agua, se hace referencia a los resultados de la autopsia realizada a una
mujer británica, Carole Cross, fallecida con 58 años y que sufría una
forma muy poco habitual de Alzheimer, con demencia progresiva muy rápida
y desenlace fatal, se evidenció la presencia de elevadas cantidades de
aluminio en todas las regiones del cerebro afectadas por dicha
enfermedad.
A nuestro entender, sería interesante ensayar la velocidad de corrosión
del menaje de hogar, con especial dedicación al aluminio, simulando los
diversos factores implicados en los procesos de cocción alimentaria, y
entre tanto cabría sugerir la utilización de recipientes de cocina con
recubrimientos químicamente estables a las elevadas temperaturas, tales
como los tratamientos superficiales de porcelana, titanio, diamante,
etc., los cuales se pueden aplicar sobre acero y otros soportes.
Los recubrimientos orgánicos, tales como los antiadherentes (teflón,
etc.,) son peligrosos porque se desprenden con el uso y pueden liberar
sustancias peligrosas para la salud.
Para ensayar la velocidad de corrosión de los metales y estudiar la
solvencia de los recubrimientos superficiales, se utilizan las cámaras
de corrosión alternativa por inmersión en soluciones de diversas
composiciones químicamente activas, tales como las cámaras climáticas de
niebla salina.
Este tipo de cámaras de ensayos son utilizadas por las entidades de la
máxima relevancia y los centros de investigación más prestigiosos
existentes en la actualidad, tales como el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC), Centro Nacional de Investigaciones
metalúrgicas (CENIM), Empresa Nacional Siderúrgica (ENSIDESA), Instituto
de Técnica Aeroespacial, universidades diversas y centros tecnológicos,
etc.
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